La miopía es un defecto refractivo frecuente, en el cual nuestro globo ocular es más largo de lo normal. Esta elongación provoca un desenfoque a nivel de la retina, que se traduce en visión borrosa a media y larga distancia. En la mayoría de los casos aparece en la infancia, por lo que es de vital importancia su detección temprana para evitar posibles complicaciones.
Lo más preocupante en un miope es que llegue a desarrollar una miopía magna o patológica, es decir, superior a las 6 dioptrías. Cuando esto sucede, el riesgo de que derive en una afección más grave como el desprendimiento de retina, retinopatía miópica o glaucoma, es mucho mayor.
La miopía se está convirtiendo en una epidemia mundial. Se estima que en 2050 la prevalencia será del 50%, afectando a casi 5 billones de personas en todo el mundo. Actualmente se sitúa en un 34% y hace unos 20 años solo estaba en un 23%. Por lo tanto, el riesgo de padecer miopía va en aumento, y en gran parte es debido al estilo de vida actual: mayor actividad en distancias cortas (Tablet, móvil, ordenador…), reducción de actividades al aire libre, entre otros.
Por todo ello debemos tratar de controlar la progresión de la miopía, y hoy en día, la evidencia científica demuestra que existen varios métodos para detener dicha progresión, entre los que se encuentran la atropina, lentillas de desenfoque periférico, ortoqueratología, o lentes oftálmicas específicas.